jueves, 11 de octubre de 2012
Una vez vivió en Chi un hombre obsesionado con el oro. Era tan pobre que nunca llegó a poseer más que una moneda de oro vieja, desgastada y con los bordes irregulares. Se levantaba cada mañana pensando en oro y se iba a dormir pensando en oro. Sin embargo por más que lo intentó, nunca consiguió más que aquella moneda.
Llamó a las puertas de todos los hombres ricos para pedir trabajo, pero lo único que logró fueron empleos de sirviente muy mal pagados. Probó a apostar con los hombres rudos que se reunían a las puertas de la bodega, pero casi siempre perdía. Hasta que al final tuvo que deshacerse de su única moneda de oro.

Un día se levantó al amanecer, se vistió y salió rumbo al mercado.
Se dirigió al puesto de oro, tomó un gran lingote y salió corriendo calle abajo. En la prisa de la huida fue a chocar con un alguacil y acabó en prisión.
Durante la comparecencia el juez le preguntó:
-¿como se le ocurrió robar el oro delante de tanta gente?

-Cuando tomé el oro- respondió el acusado-, no vi a nadie. Yo solo veía el oro.

Así nos ocurre a menudo: Perdemos de vista lo que de verdad importa en la vida porque nos concentramos únicamente en lo que deseamos que fuese y no en lo que es.


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